miércoles, diciembre 27, 2006

Un día de campo en Hato Mayor














































Hoy tengo el inmenso placer de contar en mis Andanzas por tierras dominicanas con mi adorada y querida esposa, amiga y compañera Maria. Nuestros nietos Diamond y Montse, nos acompañan en esta jornada.
No es frecuente disfrutar de su compañía, pues sus obligaciones profesionales la mantienen, de momento, alejada de las tierras que la vieron nacer.

Partimos de la capital dirección Sureste para encontrarnos en unos veinte minutos con la playa capitaleña de Boca Chica, luego vino Juan Dolio e inmediatamente la laboriosa población de San Pedro de Macorís.
Atravesar San Pedro es una auténtica aventura, sus calles siempre bulliciosas , repletas de vehículos de transporte y moto conchos, populares medios de desplazamiento en la mayoría de poblaciones dominicanas. A pocos kilómetros de San Pedro de Macorís, se encuentra la población de Consuelo, antiguo ingenio azucarero hoy abandonado pero con interesantes lugares que visitar y experiencias enriquecedoras en el campo del desarrollo humanitario y social.
Consuelo cuenta con preciosos rincones para se inmortalizados por la cámara fotográfica , como contraste, existen sectores en los que la población vive hacinada ,sin recursos económicos , carente de agua y luz la mayoría de las veces.
Dejamos Consuelo a nuestras espaldas, pero no en nuestras conciencias y realizamos la firme promesa de dedicarle atención en posteriores visitas. Llegados aquí, se suman a la Andanza, los amigos Montserrat, Carles e Inmaculada, todos ellos de paso por RD, pero con muchas ganas de conocer estas tierras y a sus gentes.

Llegamos a Hato Mayor y nos dirigimos al Mercado para comprar las viandas que vamos a utilizar para preparar el Sancocho que nos cocinaran los aldeanos en la loma del campo. Deambulamos entre los puestos de frutas y verduras, siempre acompañados por el primo Porfirito, quien será nuestro guía durante todo el día. El colmado, la pollera y la carnicería son también lugares obligados en la compra.
La carretera hacia el pies de la loma es, como casi todas las secundarias en RD, una auténtica tortura para el vehículo, baches, badenes, hoyos enormes, etc. etc. .Pero todo bien compensado por las magnificas vistas de los pequeños núcleos de población que atravesamos, siempre repletos de niños jugueteando, mujeres en sus tareas y hombres casi siempre ociosos, contemplando el paso del tiempo.
Iniciamos la subida a pie cargando toda la comida, agua y demás, para encontrarnos al poco tiempo con Porfirio, quien nos ayudara con su caballo a transportar la pesada carga. El camino esta bastante embarrado por las recientes lluvias, pero lo realizamos sin mayores dificultades.
Café, cacao, plátanos, chinas ( naranjas ), auyamas mangos y otras variedades se nos ofrecen ante nuestros maravillados ojos. Chivos ( cabras ) y vacas nos dan la bienvenida a su territorio y poco a poco, vamos conociendo la realidad del campo dominicano, con sus mariposas e insectos revoloteando alrededor. El paisaje que contemplamos ante nosotros es de un verde intenso, acrecentado por las constantes lluvias. Las lomas de alrededor se alzan majestuosas pero hospitalarias.
Llegamos a la cima y un par de chozas de cinc con una rudimentaria cocina se ofrecen al descanso. Rápidamente la hospitalidad de los campesinos dominicanos, se ofrece en toda su generosidad. Agua para calmar la sed, mangos y alguna que otra china son devoradas rápidamente por nuestros estómagos.
Dejamos a las campesinas comenzando a preparar el Sancocho ( comida importante en la dieta dominicana ) y no siempre asequible para los humildes bolsillos de los lugareños y nos dirigimos a contemplar , comprender y aprender de la sabiduría campesina. Como se coge el cacao, como se tumban los mangos ó como se mochan frutas y demás. Las cámaras fotográficas se disparan ante tanta naturaleza y las memorias digitales no son suficientes para recoger las impresiones de nuestras retinas humanas. Un mundo nuevo y desconocido se nos ofrece.
Piñas junto a un pequeño pero siempre caudaloso riachuelo nos ofrecen un olor especialmente agradable y las vistas hacia el horizonte del pequeño valle en donde nos encontramos nos invitan a correr, saltar, tumbarnos, pararnos ( levantarnos )…

Y como casi siempre en esta época del año ( Agosto ), la lluvia vuelve a enseñarnos toda su hermosura en medio de estos valles y campos rodeados de colinas y montes. Por momentos violenta, por momentos suave y dócil, nos imposibilitan continuar al aire libre y nos obligan a refugiarnos en las humildes construcciones de cinc. Mientras desde la contigua cocina, nos llegaba el olor del Sancocho en plana ebullición.
Fue sin duda, uno de los momentos más agradables de todo el día, por no decir del más agradable en mucho tiempo.
Compartir experiencias con Carles y Montse, unos buenos amigos de poco tiempo, con Inma, una antigua amiga de hace muchos años y con quien me une una gran dosis de vivencias tanto en el terreno personal como en el profesional. Escuchar las explicaciones sobre cultivos agrícolas de Porfirio y su hijo. Contemplar a Maria como constantemente se levantaba para vigilar, entre amorosa y disgustada, el tremendo remojo de Diamond bajo la lluvia y tener a Montse sentada en mis rodillas, recordar que un año antes, estuvimos en el mismo lugar acompañados de mi hija Nuria y su esposo Snti, es un momento difícil de explicar y de dudoso olvido en el tiempo.

Por fin, llego el excelente Sancocho. Sabia elección de Porfirito realizar esa comida ese lluvioso día. Degustar un Sancocho en pleno corazón del campo dominicano, en un día húmedo y lluvioso y en tan querida y agradable compañía fue sin duda un presente que no todo el mundo tiene el placer de sentir en la vida.

Tras un café y una larga pausa para poder digerir la nada frugal comida, nos despedimos, no sin antes agradecer su hospitalidad, de los moradores del lugar, prometiendo volver a compartir con ellos, esos momentos de su vida.

El camino de regreso mucho mas enfangado que a la ida, nos pareció muy largo y tedioso. El regreso en coche hasta Santo Domingo fue silencioso y cabizbajo. Creo que a todos nos supo a poco y lamentamos alejarnos de aquellos lugares y aquella gente tan inusuales en nuestras occidentales vidas.

Oriol Vicente i Cardona

martes, diciembre 26, 2006

El Sur Dominicano



















En esta ocasión, junto Leo, Nuria y Santi ( hija y yerno ) nos aprestamos a descubrir una de las zonas más desconocidas de la Rep. Dominicana. En algunos tramos estuvimos acompañados por Wladi y Bernardo, un amigo cubano residente en Miami de paso unos días por Rep. Dominicana.
Y como en el entreacto de escribir este comentario, volvimos a realizar parte de la Ruta con las amigas Siss y Lindura, ellas tambien formaran parte de estas Andanzas sureñas.

Playa Najayo es el primer destino de nuestra Ruta, una típica playa dominicana, no descubierta por el turismo pero sí por unos pocos extranjeros residentes que gustan de compartir con los locales, bailar y beber las deliciosas frías dominicanas.
Varios locales ofrecen a pié de playa sus deliciosos pescados y toda una variada gama de comida típica dominicana. Lo que más me atrajo, fue el puesto de alquiler de grandes neumáticos viejos de camión como eficaz salvavidas y objeto de divertimento marítimo.
Wladi y comenzaron en este lugar las primeras de su larga e interminable consumición de cervezas Presidente.
Palenque es un enclave situado en la costa dirección hacia Bani, de un cierto pasado esplendoroso pero ahora en un lamentable estado y lugar de escaso interés para el viajero, continuamos rumbo a Bani, famosa por sus renombrados mangos banilejos y por ser la ciudad de nacimiento de Máximo Gómez, para seguidamente, dirigirnos hacia sus Salinas y Dunas de arena.
Llegar a las salinas representa transitar por una zona militar plagada de cáctus y áridas tierras. Las salinas cuentan con una serie de hotelitos y un amplio espacio urbanizado para tomar el sol, compartir unas cervezas y ó degustar un buen pescado.

Llegamos a la laboriosa Barahona para continuar sin descender del coche hacia Playa San Rafael, lugar en donde pensábamos comernos un suculento pescado cocinado con fuego de leña.
Playa San Rafael guardara siempre en mi interior un bonito recuerdo, no solo por la suculenta langosta que engullí, sino por el amable y cálido trato de que fuimos objeto, como por las confidencias establecidas con la pareja formada por Nuria y Santi. Un año más tarde, Siss y Lindura también entraron a formar parte de este entramado de confidencias, complicidades, amistad y felicidad que parece propiciar el lugar.
San Rafael y la cercana Playa de los Patos, son lugares de recreo y esparcimiento de lugareños, esplendidos paisajes y una inmejorable ocasión para conocer como se bañan los dominicanos, con profusión de ropa y escasos bikinis en ellas. Imposible observar el Top Less tan clásico en otras latitudes.
Conviene visitar Casa Bonita, un lugar digno de figurar entre los Hoteles con Encanto y con bonitas vistas al mar.

Tras interminables kilómetros que se deben medir en horas y no en metros. Llegamos a la fronteriza Pedernales.
El hostal D’Oleo Mendez con la singular Bartolina al frente nos acogió y permitió aliviar el descanso, sus habitaciones no deberían envidiar para nada algunos caros hoteles de la capital. Cenamos unos ricos manjares y algunos nos fuimos a recogernos en brazos de Morfeo…otros, traspasaron la frontera Haitiana para
burlar la “ley seca” dominicana y beber, bailar y compartir hasta mucho más allá de las doce horas, fatídico número que obliga a cerrar todos los lugares de ocio y diversión en suelo dominicano.

Al día siguiente, lunes, lloviznaba ó harineaba en el lenguaje coloquial dominicano, el camino hacia el cercano puesto fronterizo estaba plagado de mujeres con la carga en la cabeza, pequeños motores en ambas direcciones y algunos camiones repletos de carga.
La explosión de colores, olores y sabores en el mercado fronterizo es algo sencillamente extraordinario, una sensación difícil de plasmar en un relato, es un sentimiento interior, una vivencia, algo que solamente el ojo digital de una cámara es capaz de reflejar para la posteridad.
Decenas de seres humanos luchando por sobrevivir, intentando negociar con toda clase de objetos y mercancías, desde papas a zapatos, de arroz americano a gallinas criollas, de ropa usada a inservibles aparatos mecánicos. Todo el mundo ofreciendo y pidiendo, todo en venta. Cualquier cosa es buena si se trata de conseguir un beneficio, de lograr algunos chelitos con los que llevar algo de comer a casa para la familia, para los niños… para comprar romo ó adquirir la felicidad en algún prostíbulo fronterizo.
Las últimas lluvias habían destrozado parte de la infraestructura y el pequeño y estrecho puente que vadeaba el rió no era suficiente para permitir el paso de la riada humana, algunos atravesaban el cauce con el agua a la altura de media pierna, otros en desvencijadas bicicletas…una mujer joven se dedicaba a su limpieza personal en medio del rió ante la lasciva mirada de ojos masculinos. Otra mujer más entrada en años lavaba la ropa a escasos metros de la anterior.

Niños, decenas de niños, quizás cientos. Se ofrecían a guiarte, acompañarte, ayudarte en la compra, aconsejarte sobre lo mejor…
La Frontera con Haití, permite comprender mejor las ansias de los ciudadanos del vecino país por establecerse en Dominicana, la pobreza extrema, el hacinamiento, el desorden, las mujeres bañándose en el rió, único medio para poder disfrutar de una cierta higiene personal… nos ofrecían alguna de las claves para entender el llamado “ problema haitiano”

Tras el deambular por el mercado, nos dirigimos hacia uno de los lugares más emblemáticos de toda la Rep. Dominicana no sin antes pasar por El Hoyo de Pelempito, un bosque nediterraneo en pleno Caribe. Kilómetros y kilómetros de pino ubicados en lo que cuentan, es un inmenso cráter realizado por un meteorito al chocar contra la Isla de la Española. Hoy un esplendido mirador, permite contemplar el inmenso bosque y saber un poco de las especies que allí se encuentran.Cabo Rojo y su carretera pintada de rojo por el incesante tráfico de camiones cargados de bauxita hacia los barcos que la transportan hacia Puerto Rico, es él último enclave que visitamos antes de llegar a nuestro destino principal.

La entrada al Parque Nacional de Bahia de Las Aguilas es toda una bendición para los amantes de la fotografía. El pequeño poblado conformado por unas desvencijadas casas y un par de cuevas excavadas en la roca, forman parte de un surrealista paisaje de niños desnudos, pescadores, barcas y un litoral que se antoja de ensueño.
Tras el obligado pago de unos pocos pesos para traspasar la verja de hierro y dialogar con el vigilante sobre el estado del camino, cruzamos una extensa zona de cáctus y pequeños matorrales que surgen de entre unas rocas muy parecidas a metales fundidos. Tras unos veinte minutos de travesia, solo apta para 4 x 4, llegamos a un pequeño lugar que hace la vez de descanso y parqueadero para los vehículos.
Tras un enorme corte entre las rocas, nuestros ojos descubren uno de los paisajes más hermosos que nunca hubiera si quiera soñado. La Bahia de Las Aguilas, por fin la tenia ante mí, las piernas me flaqueaban y la emoción me embargaba. Allí estaba una de las pocas joyas de la naturaleza Dominicana todavía no mancillada por las manos del hombre.

Recorrimos en un corto paseo de unos quince minutos la distancia hasta la playa de finas y blancas arenas. El agua transparente y azulada ofrecía un espectáculo inigualable, cientos de peces, ajenos a nuestra presencia nos envolvían, conformando una imagen difícil de olvidar.
Nos aposentamos bajo la sombra del único árbol con altura suficiente para que pudiésemos permanecer sentados bajo su cobijo. Continuamente entrábamos en el mar y nos sumergíamos una y otra vez, en esas aguas tranquilas y transparentes. Todo el entorno de la bahía transmitía paz y tranquilidad. Paseamos por la fina arena. Volvíamos a entrar en el mar. Así durante horas…
El tiempo parecía detenido alrededor y nadie quería ser el primero en dar la voz de partida. Finalmente tuvimos que emprender el regreso, en silencio, compungidos…Me hubiera gustado quedarme a pasar la noche en ese maravilloso lugar.
Bahía de Las Aguilas es un lugar paradisíaco en donde la Naturaleza se conserva todavía en estado primitivo, lejos todavía, de la continua depredación del ser humano. Ojalá, continué así por los siglos de los siglos.

PD. No olvidar los repelentes antimosquitos ni zapatos adecuados, tanto para andar por los caminos, como para pasear por la arena.

Al regresar realizamos una breve parada en la paradisíaca Playa Los patos. Un refrescante chapuzón en las frías aguas del rió que desemboca en ella, nos preparó para el largo camino hacia la capital dominicana.


Oriol Vicente Cardona